Rumania, la Europa que no se vacuna
Roxana imparte lengua rumana en un céntrico instituto de Bucarest y, pese al inminente inicio de curso a principios de septiembre, todavía no piensa en vacunarse contra la covid-19 como muchos compañeros de trabajo –el 60% de los profesores ya están inmunizados–. Teme que la vacuna le genere efectos adversos y desconfía de las autoridades, de los medios de comunicación y los médicos. “No quiero vacunarme; hay un déficit de comunicación de quienes deben promover la vacunación, informaciones contradictorias entre especialistas y agresivas campañas en contra de conocidos personajes en la televisión y las redes sociales”, advierte la profesora, de 43 años. Asegura que una vacuna hallada en tan poco tiempo no puede convencerla. Su perfil es diferente del de la mayoría de antivacunas en Rumania, que se concentran en las zonas rurales, con bajos ingresos y sin apenas estudios. Para apoyar sus argumentos, Roxana dice tener “colegas de trabajo que afirman que no existe ninguna pandemia y se interrogan sobre qué sentido tiene vacunarse cuando el número de contagios y fallecidos muestra que [la crisis sanitaria] está a punto de acabar”, prosigue.
Con el 26% de la población inmunizada, muy por debajo del 67% de la media europea, Rumania se halla en la cola de la Unión Europea en cuanto al ritmo de vacunación, tan solo por delante de la vecina Bulgaria, con 19%. No siempre fue así: cuando llegaron las primeras dosis a principios de año, las autoridades se mostraron eufóricas al ver cómo la gente acudía a vacunarse. Pero solo se trataba de la parte de la población que lo tenía claro y acudía conforme llegaban dosis. Los problemas comenzaron después, cuando se trata de alcanzar al resto, la gran mayoría. Tras inocular el pasado mes de mayo a más de 100.000 personas en un día, ya son menos de 15.000 por jornada las que reciben las dosis en agosto.
Hasta ahora, solo unos cinco millones de rumanos se han vacunado en un país de 19,4 millones de habitantes, la mitad del objetivo marcado para septiembre por el Gobierno, que ya ha tenido que vender 1.1700.00 dosis de Pfizer a Dinamarca y otras 700.000 a Irlanda para evitar que caducaran ante gran cantidad de viales adquirida. Las zonas rurales, más pobres y envejecidas, acusan sobre todo el desapego hacia las vacunas, con apenas el 15% de población inmunizada frente a las tasas de alrededor del 40% que se observan en ciudades grandes como Bucarest o Cluj.
Petru Marocico es alcalde de Ulma, uno de esos lugares en los que la vacunación suena como algo remoto. Se trata de una comuna de unos 2.000 habitantes en la provincia de Suceava, junto a la frontera de Ucrania, con apenas el 2% de su población con la pauta de vacunación completa. “Yo tampoco me he vacunado. Es una invención mundial”, cuenta por teléfono Marocico. “Nunca he estado enfermo”, arguye como justificación el edil, de 52 años, aunque recalca que ha hecho todo lo posible por explicar a sus vecinos las ventajas de la vacunación.
Otro alcalde, esta vez de Barbulesti, a 60 kilómetros de Bucarest, asegura que él no tiene nada que ver con la campaña de inmunización, aunque su pueblo es el que menor índice de vacunación tiene del país: solo el 0,33%, de un censo de poco más de 5.000 personas están inmunizadas. “He delegado las tareas a los servicios sanitarios y he cumplido con mi deber. Si me implicara [en que la gente se vacune] y falleciera alguien, la responsabilidad recaería sobre mí”, se defiende Vasile Lita, que tampoco se ha vacunado. El regidor asegura que la población tiene miedo a las vacunas, pero no dice nada de que haya miedo a la covid, pese a que la enfermedad se ha llevado por delante la vida de 34.388 personas en Rumania desde el inicio de la pandemia. Ahora, la incidencia es muy baja, de 20 casos por cada 100.000 habitantes –con datos del Centro Europeo de Prevención y Control de Enfermedades, ECDC– pero los contagios van al alza cada día con la variante delta.
Las autoridades están preocupadas por estas bajas tasas de inoculación, en las que aflora un problema de credibilidad hacia la campaña, empezando por los propios sanitarios: solo un 58% se ha inmunizado de entre los que trabajan en el sistema público. De manera anónima, un médico de un hospital de la capital justifica así su negativa a inmunizarse: “Una vacuna es un experimento genético; la campaña de vacunación, una manipulación; y la inmunización, innecesaria”, señala. El coordinador de la vacunación del Gobierno rumano, Valeriu Gheorghita, advierte del alza de los contagios. “Esta nueva ola afectará sobre todo a los que no se hayan vacunado”, apunta. De hecho, esta semana ha informado de que el 80% de los nuevos contagios ocurren entre personas no vacunadas, igual que el 90% de los fallecimientos. Gheorghita reconoce que detrás del bajo ritmo de inoculación está una infructuosa campaña de información sobre la vacuna, sobre todo a los médicos de primaria en las zonas rurales. A todo esto se suma la desconfianza de los rumanos hacia los gobernantes, que ya era pronunciada antes de la pandemia.
Según un estudio del Instituto de Investigación de Calidad de Vida rumano, dos millones, que representan el 15% de la ciudadanía, se oponen a las vacunas y recomiendan a sus cercanos que eviten ponérselas porque creen que no están suficientemente probadas. Ante el panorama, las autoridades sanitarias planean introducir bonos como el pago de 100 lei (20 euros) para incentivar el interés por la vacunación y frenar la ya anunciada cuarta ola, cuyo punto álgido se prevé en septiembre por la variante delta, la más contagiosa hasta el momento. Pero poco más. De momento, el Gobierno rumano no se plantea introducir la vacunación obligatoria en ningún ámbito, según el coordinador de la campaña vacunal, Valeriu Gheorghita. “El objetivo no pasa por aumentar de cualquier forma el número de personas que se vacunan. Es importante que la decisión se base en su deseo y en la información que disponen”, aclara. Por lo tanto, considera que no se debe obligar a los ciudadanos a ponérsela: “No creo que estemos preparados como sociedad para entender este tipo de enfoque. La vacunación obligatoria no es una solución.”
Redes sociales
Una gran parte de los reticentes ha sido seducida a lo largo de los años a través de las campañas antivacunas difundidas en la televisión nacional por celebridades, como la presentadora Olivia Steer, quien propaga la idea de que “las vacunas contienen mercurio y aluminio, una mezcla que provoca autismo”. También se ha presentado una serie de supuestos casos de niños que habrían padecido enfermedades graves o intratables después de inmunizarse. Estas diatribas antivacunas se han viralizado con desorbitada rapidez por Facebook, la red social más utilizada en Rumania. Según un sondeo de la empresa demoscópica INSCOP en marzo, el 55% de los rumanos ha estado expuesto a noticias falsas.
A este ruido mediático le acompaña el negacionismo religioso, otro germen de disuasión para vacunarse que ha obligado al Gobierno a pedir la intermediación de la Iglesia Ortodoxa Rumana (BOR) para frenar la desinformación. Algunos sacerdotes se dedicaban a pregonar teorías conspirativas y disparates en las eucaristías, como que “tras la vacunación, al poco tiempo y en combinación con la nueva enfermedad, la piel de las personas se llenará de escamas como peces” o que “con la inoculación se implanta un microchip de seguimiento en las personas”. Estas afirmaciones se convirtieron en virales en los medios sociales, en un país en el que el 85% de la población se dice cristiano ortodoxo. Pese a que un portavoz de la Iglesia trató de atajar estos mensajes, no existe una respuesta firme, clara y convincente por parte de esta iglesia como la divulgada por su homóloga griega, en la que insta a sus clérigos a leer una circular con preguntas y respuestas sobre la vacunación.
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